jueves, 11 de diciembre de 2008

Semblanza sobre el Padre Angel Gutierrez de Cea durante su funeral

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ANGEL GUTIERREZ DE CEA

En medio de la tristeza que supone siempre la última despedida de un hermano, es un consuelo poder recordar su paso entre nosotros por la alegría y optimismo que supo extender a su alrededor.
Esta es una de las características que definían a Fr. Ángel Gutiérrez de Cea y es bueno tenerlo presente en estos momentos tristes del adiós.
Los últimos días de su enfermedad han sido para nosotros, como hermanos de comunidad, un motivo de recordarle con frecuencia.

Este recuerdo se ha visto siempre acompañado de sonrisas cariñosas ante las salidas y anécdotas que salpicaron su vida de fraile dominico.

Nació Fr. Ángel en Villamediana, Palencia, el 28 de febrero de 1933.
El próximo febrero, por tanto, cumpliría 76 años.
Una familia numerosa, cuyos padres se llamaban Faustino y María. Fueron ocho hermanos, de los que viven cuatro, entre ellos dos religiosos, Fr. Emeterio, dominico, que preside la eucaristía y una hermana de las Hermanitas de los pobres, ya fallecida.
Nos acompañan también hoy sus hermanas Dionisia, Tomy y Consuelo, su cuñado Víctor y sus sobrinos.

Sus inicios en la Orden tuvieron lugar en la Escuela Apostólica de Corias, Asturias, el año 1945, de donde pasó a Palencia para la toma de hábito en el Convento de San Pablo, en 1950.

Cursó la filosofía en las Caldas de Besaya, del 51 al 53, y la teología en San Esteban, Salamanca, donde se ordenó de sacerdote en 1958. Este año celebró, en la enfermería de Villava junto a otros compañeros de curso, sus bodas de oro sacerdotales.

Al concluir sus estudios de teología fue destinado a la Universidad laboral de Córdoba. Desde ese momento la docencia de distintas materias fue definiendo su trabajo. Su llegada a Valladolid tiene lugar en 1968.
Como en Córdoba, su labor se centró en la enseñanza, especialmente del latín. Fue profesor durante bastantes años en el Instituto Superior de Filosofía; en el Colegio Sagrado Corazón, de las Hnas. de la Anunciata y en el Instituto Grial. Su actividad docente la compaginó con su labor pastoral tanto en el Colegio Menor Santo Tomás del que fue director espiritual, como en la iglesia conventual en que nos encontramos.

Hombre campechano supo hacer amistades por los lugares por donde pasó dejando un recuerdo de hombre generoso, simpático y buen compañero. Viajero empedernido acompañó y animó excursiones por diversos lugares, de España y del extranjero, hasta que la enfermedad se lo impidió.

Su vida dio un cambio radical cuando en febrero de 1993 sufrió una trombosis que le paralizó medio cuerpo. Esto significó tener que dejar las actividades que venía ejerciendo y cambiar de ritmo. Abandonó las clases para someterse a una rehabilitación que le ayudara a recuperar los desperfectos que le había causado la trombosis.
Diez años permaneció en estas condiciones en esta comunidad. A pesar de los esfuerzos, la recuperación nunca fue completa. Al contrario, poco a poco, fue limitando sus movimientos y causándole un deterioro que obligó a trasladarlo a la enfermería de Villava donde sería atendido con los cuidados que necesitaba.

Creo que es digno de destacar el modo como afrontó su enfermedad. Los infartos cerebrales le dejaron paralítico, pero su inteligencia y memoria siguieron lúcidas hasta el detalle; mantuvo, de este modo, un ánimo optimista, acogedor, paciente, sin quejarse de sus limitaciones, aunque con su voluntad muy deteriorada.

Sorprendía cuando al preguntarle cómo se encontraba respondía con una voz un tanto entrecortada que muy bien. Un ánimo que hacía que, en medio de sus limitaciones, su vida no significara una atención desmesurada que impidiera a los demás seguir con su labor. Últimamente la enfermedad fue haciendo estragos en su cuerpo. Finalmente, hace unos quince días, ingresó en el hospital aquejado de insuficiencia respiratoria, lo que en pocos días fue acusando trastornos cardíacos que anunciaron que su final estaba cerca. De nuevo en la enfermería de Villava fue apagándose lentamente.

Ayer por la mañana entregaba su alma a Dios.
En esta iglesia, donde él tantas veces predicó a Jesucristo, lo acompañamos hoy para decirle adiós, rogando a ese Jesucristo a quien él buscó con ilusión premie todo lo bueno que hizo entre nosotros y perdone los fallos que pudo cometer.

Descanse en paz.

1 comentario:

santiago dijo...

Hasta donde te encuentres envio mi sincero afecto.